El día Sábado 13 de noviembre de 1655 a las dos y cuarenta y cinco de la tarde, un pavoroso y destructor terremoto estremeció Lima y Callao; el Seminario Conciliar de Santo Toribio, se arruino, la Iglesia de San Francisco se derrumbo y similar daño sufrio la Iglesia de los Jesuitas en el Callao, igualmente se derrumbaron muchas mansiones y las viviendas más frágiles, ocasionando miles de víctimas mortales y heridos.
Se abrieron dos profundas grietas en la Plaza de Armas y en la isla San Lorenzo se desprendieron grandes peñascos que cayeron al mar, causando estruendoso ruido. Dadas las repeticiones de temblores, muchos optarón por pernoctar en plazas y plazuelas y otros se trasladaron a casas-huerta o quintas alejadas de la ciudad.
El sismo afectó también la zona de Pachacamilla y las viviendas, dada su fragilidad, igualmente se derrumbaron. Todas las paredes del local de la cofradía, en la cual rendian culto a la imagen pintada del Cristo Crucificado, se vinieron abajo, produciéndose entonces el milagro: el débil muro de adobe en donde se erguía la imagen de Cristo quedó intacto.
Este milagroso suceso no pudo pasar por desapercibido y fue muy comentado durante algún tiempo, quedando después sumido en el recuerdo de unos cuantos.
En razón al estado en que quedaron sus viviendas, los angoleños fueron trasladados y reubicados en otro vecindario cercano y la sagrada imagen del Cristo Crucificado quedó abandonada y expuesta a los cambios de clima y la humedad proveniente de la acequia del regadío cercano; fueron 16 largos años en está situación; pero algo invisible siempre estaba velando por la solitaria y desamparada efigie del Redentor Crucificado.
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